Concepto

Edad lectora alude al período de la vida en el que un tipo de lectura se considera más adecuado para su receptor modelo, el niño o el adolescente, en función del desarrollo cronológico y psicológico del mismo.

Gran número de taxonomías en torno a la edad lectora se basan en los períodos y etapas establecidos por Piaget para describir la evolución psicológica del niño:

a) el estadio sensoriomotor, de 0 a 2 años, caracterizado por el protagonismo del ritmo, la rima y el movimiento y, por tanto, la importancia de la expresión verbal y gestual;

b) el estadio preoperacional, de 3 a 6 años, en el que se realiza la aproximación y el aprendizaje de los mecanismos lectoescritores;

c) el estadio de las operaciones concretas, de 7 a 12 años, etapa de aproximación e interés por el mundo objetivo;

d) el estadio de las operaciones formales, de 12 a 15 años, fase de configuración progresiva de la identidad personal.

Análisis

De la interpretación de los períodos piagetianos y su aplicación al concepto de edad lectora han surgido propuestas clasificatorias basadas en diferentes criterios, como la temática, la tipología, la estructura literaria o el diseño.

Así, por ejemplo, Cervera (Díaz-Plaja y Prats, 1998) vincula los tipos de libros y los contenidos preferentes de las obras con las edades lectoras y apunta la idoneidad de la rima para el estadio sensoriomotor, el libro de imágenes y el inicio del relato oral de corte maravilloso al estadio preoperacional, la transición al relato de carácter realista con un desarrollo unitario y la preferencia por el personaje colectivo en el estadio de las operaciones concretas y el interés por la literatura de género (novela psicológica, aventuras, misterio, miedo, etc.) en el estadio de las operaciones formales.

Por su parte, Díaz-Plaja y Prats (1998) retoman las propuestas de Mañá, Bosch y Cardona (1987) en cuanto al soporte libro como criterio protagonista en la deter- minación del tipo de lectura más adecuado para cada edad y, a partir del currículum escolar como base, diseñan franjas de edades lectoras acordes con las etapas y ciclos de los distintos niveles educativos. De esta manera, de 0 a 3 años proponen libros para manipular de materiales resistentes; de 3 a 6 años sugieren, además de la persistencia en la elección de libros de material resistente y sencilla manipulación, los cuentos populares, como también la preferencia por los personajes fantásticos y protagonistas animales; de 6 a 8 años incorporan junto al cuento maravilloso breves relatos de sencilla unidad temática; de 8 a 10 años subrayan la inclusión del humor y de relatos cuyos personajes se enfrentan a situaciones de identificación fácil para el receptor y postulan la aproximación a libros de formato similar a los del adulto; de 10 a 12 años señalan el interés por títulos de protagonista colectivo y aventuras reales, como también libros interactivos y de imaginación de temática realista; por último, de 12 a 14 o 15 años indican la predilección por la aventura protagonizada por un adolescente, la novela intimista o la ciencia ficción.

Cerrillo, Larrañaga y Yubero (2005) plantean seis estadios distintos referidos a la selección de lecturas por edades en los que contemplan los contenidos (temas, géneros, argumentos y desarrollo), la estructura literaria (ordenación y secuenciación de la historia, características de los personajes y estilo) y el diseño y la forma de la edición (tipografía, extensión, características y frecuencia de la ilustración si la incluye y formato).

De esta manera, hablan del estadio sensoriomotor, que comprende desde el nacimiento del niño hasta los dos años, para el que recomiendan libros de gran formato y letra muy grande, con pocos contenidos o conocidos, como la casa o el mundo animal y, sobre todo, composiciones en las que predominen la rima y la gestualidad; el estadio preoperacional, de 3 a 6 años, como período del aprendizaje lectoescritor y la adquisición hacia el final de este de los mecanismos de la lectura mecánica y, por tanto, la aproximación a álbumes ilustrados y libros de imágenes de escasa carga conceptual, breves y claros; el estadio de las operaciones concretas (I), de 7 a 9 años, con la preferencia del niño por los cuentos maravillosos y leyendas extraordinarias; el estadio de las operaciones concretas (II), de los 9 a los 11 años, etapa de la primera literatura fantástica, las historias realistas y el interés por la aventura, los cuentos fan- tásticos y de animales, biografías e historias de hechos destacados o exploraciones de otros países; el estadio de las operaciones formales, de los 12 a los 14 años, fase de la literatura de aventuras, misterio y sentimental, con géneros como la novela de aventuras, el relato policíaco, los libros de viajes, la novela del oeste y la novela rosa, como también la atracción por biografías e historias de otras culturas y civilizaciones; finalmente, el estadio de la maduración, a partir de los 15 años, como momento de desarrollo pleno del lector en el que la estructura literaria y el diseño de los libros no presentan diferencias respecto a las lecturas de adultos y sin limitaciones previas en cuanto a la elección de temas.

En el ámbito de la educación literaria, la incorporación de la noción de edad lectora ha generado las distintas clasificaciones de franjas de edades que suelen acompañar a todo título de literatura infantil y juvenil y a la creación de diferentes colecciones en el seno de cada editorial. Cada colección apela a un tipo de receptor modelo en función de la edad lectora a la que se destina y presenta una serie de características propias que responden a un doble objetivo. Por una parte, fomentan la identificación y el rápido reconocimiento por parte del doble receptor modelo, el lector infantil y juvenil, y aquel que, sobre todo en las primeras edades, determina la adquisición de una obra, padres, maestros, bibliotecarios, etc. Y, por otra, permiten su diferencia- ción respecto a otras colecciones tanto de la editorial a la que pertenece como de otras presentes en el mercado. Gran parte de estos rasgos forman parte de lo que denominamos paratextos, esto es, toda la información complementaria que figura tanto en el libro como fuera de este. Así hablaríamos de la relevancia del diseño de elementos como el formato de la colección, su encuadernación, el número de páginas y la tipografía elegida, el diseño de la cubierta y la contracubierta o la misma recomendación de edad.

Implicaciones

Si bien la rentabilidad de la transferencia de este concepto al ámbito de la ense- ñanza de la literatura resulta innegable, también ha suscitado una gran controversia. Un número destacado de investigadores (Ballester e Ibarra, 2009; Díaz-Plaja y Prats,
1998, Ibarra y Ballester, 2011, Ibarra, 2008) han denunciado los riesgos de la aplicación de una taxonomía que agrupa a todo el colectivo de lectores en una etiqueta homogénea sin posibilidad de establecer distinciones según los intereses o las carac- terísticas de los receptores.

En atención a la creciente diversidad existente en el seno de cada una de las edades lectoras, tanto el mercado editorial como las guías y las recomendaciones de lectura publicadas por las distintas entidades implicadas en el fomento y la promoción de la lectura suelen optar por plantear su recomendación en términos como «A partir de X años» o «Desde X años». De esta manera, se amplía el potencial público lector, pues únicamente se constata la edad de inicio, pero no la de clausura del período.

Diferentes voces han apuntado el interés comercial como factor determinante de esta estrategia y las consecuencias de su voluntaria imprecisión para la educación literaria, pues al no acotar la edad final del destinatario modelo puede estancar el desarrollo de su competencia lectora y literaria y conducir al lector incluso al hastío y al abandono de la lectura, dada la falta de conexión entre sus intereses y capacidades y el título en cuestión. Asimismo, se ha subrayado el problema de incluir un libro en una franja de edad previa a aquella en la que puede ser descodificado por sus lectores y su repercusión en el posterior desarrollo del hábito lector. La función del mediador constituye sin duda una tarea esencial para poder reducir en la medida de lo posible los efectos adversos de una incorrecta clasificación de títulos en edades lectoras.

Referencias

Ibarra, N. y Ballester, J. (2009), «Cómic e
interculturalidad: ¿prácticas de lectura
periféricas o nuevos espacios para la educación
literaria?», en Martos, E. (coord.)
Prácticas de lectura y escritura, Passo
Fundo: Universidade de Passo Fundo.

Cerrillo, P. C., Larrañaga, E. y Yubero, S.
(2005), Libros, lectores y mediadores,
Cuenca: Ediciones de la Universidad de
Castilla-La Mancha.

Cervera, J. (1991), Teoría de la literatura
infantil, Bilbao: Ediciones Mensajero, Universidad
de Deusto.

Díaz-Plaja, A. y Prats, M. (1998), «Literatura
infantil y juvenil», en A. Mendoza (coord.),
Conceptos clave en didáctica de la lengua y la literatura, pp. 191-215, Barcelona:
ICE/Horsori.

Ibarra, N. (2008), «La literatura infantil y juvenil
ante el reto de la interculturalidad»,
Lectura de los espacios & espacios de lectura, pp. 326-344, Passo Fundo: UPF
y RIUL.

Ibarra, N. y Ballester, J. (2011), «Escenarios
textuales de la alteridad: literatura y
viaje», Lenguaje y Textos, 33, pp. 127-135.

Ibarra, N. y Ballester, J. (2011), «La educación
literaria e intercultural en la construcción
de la ciudadanía», Aula de Innovación
Educativa, monográfico «Educación literaria
e Intercultural», coordinado por Ibarra,
N. y Ballester, J., 197, pp. 9-13.

Ibarra, N. y Ballester, J. (2011), «Research
in Didactics of Literature: The Project Literary Education and Interculturality»,
Education, Research and Innovation, pp.
1.930-1.938, Madrid: International Association
of Technology Education andDevelopment.

Mañà, T., Boch, L. y Cardona, A. (1987),
«Característiques dels llibres», Llibreria,
11

Fecha de ultima modificación: 2014-04-01